Como
un candil viejo arrinconado en lo alto de un callejón
angosto iluminando tenuemente de ambarino los besos que
se roban los amantes solitarios, los pasos de los que,
raudos, atraviesan la noche ensimismados en sus cosas,
las lágrimas del hombre fracasado que desgrana
sus penas de camino a casa, el deambular de un felino
casi ciego maullando lastimeramente a la nada; así,
sumido en una incertidumbre postrera, consumiéndote,
te imagino luchando contra ese viento frío de mediados
de otoño que apagaría tu llama y oxidaría
bajo la lluvia tu cuerpo de hierro que no llegó
al invierno. Como un candil viejo arrinconado en lo alto
de un callejón angosto te apagaste, y ahora, noche
tras noche, ya en lo oscuro, alzo la vista recordando
cómo por tu corazón de luz ardiente perdían
la vida suicidas mariposas. |