Carlos
era una de esas personas para las que el vino constituye
un sacramento vitalicio. Desde niño había
sentido una irresistible pulsión hacia aquel producto
del aplastamiento y posterior fermentación de incontables
uvas, víctimas anónimas de una masacre que
la tecnología había vuelto más industrial
que artesana, y compartía con muchos temperamentos
afines a su adoración etílica una vena de
vicioso clandestino, bajo cuya influencia se instruyó
en algunas prácticas reñidas con el respeto
hacia lo ajeno. Así, Carlos habíase convertido
en un experto butronero de recipientes, un vampiro sigiloso
que perforaba con tanta discreción como habilidad
cualquier contenedor de vino, dejando una larga estría
bajo el boquete a modo de firma; incluso con el vidrio
se las arreglaba mediante una diminuta sierra de diamante
que adquirió para dicho fin. Bebedor avezado nunca
se embriagaba del todo, y lejos de conocer en persona
las terribles alucinaciones del delirium tremens sólo
experimentaba unas pesadillas curiosas y más o
menos recurrentes. Al despertarse no conservaba ningún
detalle concreto, síno vestigios fragmentarios
e indefinidos de una fuerte borrachera y un oleaje embravecido.
Mas tales posos oníricos no le inquietaban mucho.
Estaba seguro de no sufrir ninguna dolencia psquiátrica
y de que su ordenada relación con el alcohol no
dañaba su intelecto. De hecho su expediente académico
era brillante y su facilidad para el latín, por
ejemplo, le había sorprendido incluso a sí
mismo. Sin embargo una tarde, al visitar una exposición
arqueológica, hizo algo que hasta entonces nunca
hubiera esperado. La jornada siguiente iba a pasarla en
el yate de su amigo Felipe, el cual guardaba en el mueble
bar de la embarcación un tinto de extraordinaria
calidad, cuya botella clamaba en silencio ser violentada
por su ávida maestría de agujereador dionisíaco.
Pero no, esta vez no lo haría. Lo ratificó
para sí ante uno de los objetos allí mostrados:
un ánfora rescatada de un pecio romano en la que
un curioso orificio rubricado por una estría inferior
hacía sospechar, según la nota explicativa
adjunta, que algún tripulante debió de abusar
subrepticiamente del vino transportado por la nave poco
antes de que una tormenta la enviase al fondo del Mediterráneo. |