Narraciones breves
Narraciones breves

 

Narraciones breves
 
Estirpe báquica
 
Estirpe báquica
 
Estirpe báquica
Alberto Garijo (2012).
Microrrelato
 
Carlos era una de esas personas para las que el vino constituye un sacramento vitalicio. Desde niño había sentido una irresistible pulsión hacia aquel producto del aplastamiento y posterior fermentación de incontables uvas, víctimas anónimas de una masacre que la tecnología había vuelto más industrial que artesana, y compartía con muchos temperamentos afines a su adoración etílica una vena de vicioso clandestino, bajo cuya influencia se instruyó en algunas prácticas reñidas con el respeto hacia lo ajeno. Así, Carlos habíase convertido en un experto butronero de recipientes, un vampiro sigiloso que perforaba con tanta discreción como habilidad cualquier contenedor de vino, dejando una larga estría bajo el boquete a modo de firma; incluso con el vidrio se las arreglaba mediante una diminuta sierra de diamante que adquirió para dicho fin. Bebedor avezado nunca se embriagaba del todo, y lejos de conocer en persona las terribles alucinaciones del delirium tremens sólo experimentaba unas pesadillas curiosas y más o menos recurrentes. Al despertarse no conservaba ningún detalle concreto, síno vestigios fragmentarios e indefinidos de una fuerte borrachera y un oleaje embravecido. Mas tales posos oníricos no le inquietaban mucho. Estaba seguro de no sufrir ninguna dolencia psquiátrica y de que su ordenada relación con el alcohol no dañaba su intelecto. De hecho su expediente académico era brillante y su facilidad para el latín, por ejemplo, le había sorprendido incluso a sí mismo. Sin embargo una tarde, al visitar una exposición arqueológica, hizo algo que hasta entonces nunca hubiera esperado. La jornada siguiente iba a pasarla en el yate de su amigo Felipe, el cual guardaba en el mueble bar de la embarcación un tinto de extraordinaria calidad, cuya botella clamaba en silencio ser violentada por su ávida maestría de agujereador dionisíaco. Pero no, esta vez no lo haría. Lo ratificó para sí ante uno de los objetos allí mostrados: un ánfora rescatada de un pecio romano en la que un curioso orificio rubricado por una estría inferior hacía sospechar, según la nota explicativa adjunta, que algún tripulante debió de abusar subrepticiamente del vino transportado por la nave poco antes de que una tormenta la enviase al fondo del Mediterráneo.
 
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