Narraciones
breves |
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Instinto, instinto
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Instinto,
instinto
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Alberto
Garijo (2012).
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Microrrelato
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A
Rodolfo nunca le gustó especialmente conducir,
pero en aquella mañana luminosa todo resultaba
placentero, hasta un simple viaje de varios minutos por
una carretera secundaria desprovista de cualquier atractivo
paisajístico. La claridad del sol y el buen humor
de Rodolfo conferían al anodino desplazamiento
una atmósfera casi triunfal. Pocas veces un conductor
habría llegado a sentirse tan exultante y sereno
a un tiempo, de eso estaba seguro. Así se lo garantizaba
su instinto, ese susurro interno carente de lenguaje pero
cargado de certeza inapelable que no cabía confundir
con el tonillo fastidioso de la conciencia; la conciencia,
un títere impostado por un cóctel de mojigatería,
ignorancia y debilidad sin otra misión que servir
de altavoz interior a los prejuicios exteriores. Sí,
el instinto tenía la clave. El instinto le había
llevado a entrar en aquella biblioteca dos días
antes y seleccionar un volumen del último éxito
editorial. También le indujo a levantarse del asiento
para buscar un folleto informativo acerca de una función
escénica pronta a desarrollarse en la sala contigua
del centro cultural. Y por supuesto, le indicó
que el autor de la sustracción de la lujosa estilográfica
que guardaba en su mochila sólo podía haber
sido el alfeñique a quien él golpeó.
No lo había sorprendido en plena acción,
pero era la última persona que recordaba haber
visto en las inmediaciones de sus pertenencias, y además
su presurosa marcha del lugar no dejaba margen de error.
Le siguió con disimulo hasta un sitio sin testigos
molestos y allí le propinó una buena tunda,
por lo que pese a no recuperar su posesión quedó
satisfecho. El muy bribón intentó evitar
su merecido con la excusa farfullante de que él
no había robado nada, que sólo pasó
junto a su mochila para ver una viñeta de un cómic
ubicado cerca de su asiento, en concreto una viñeta
en la que alguien había añadido a bolígrafo
un texto personal. ¡Valiente majadería! Bueno,
tras aquella paliza ya no robaría a nadie más.
El instinto no podía mentirle, igual que nunca
le mentía al saltarse a diario aquel stop que precedía
a una ruta sin prácticamente circulación
alguna, como iba ahora iba a hacer. Instinto, se dijo
tres segundos antes de que una furgoneta lo embistiera
con graves consecuencias al realizar la temeraria maniobra;
una furgoneta cuyo chófer había dirigido
un vistazo fugaz al cómic abierto sobre el asiento
del copiloto al saltar sobre un bache. La publicación,
préstamo de una biblioteca, le tentó en
el instante fatal con un texto a bolígrafo, aporte
espontáneo de algún lector desconocido. |
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