La
noche era limpia y estrellada, una circunstancia particularmente
inspiradora si se está al aire libre y la temperatura
se muestra benévola; y las dos figuras que se hallaban
en el jardín de la residencia geriátrica
disfrutaban de aquel espectáculo brindado por la
naturaleza, esa madre voluble de indescifrables designios
que todo lo crea y lo destruye. La silueta más
joven correspondía a una cuidadora del centro,
una empleada novata a quien los compañeros más
veteranos habían prevenido ya contra la tentación
de ceder a los caprichos de los ancianos allí alojados.
A menudo se trataba de las típicas peticiones absurdas
propias de unas mentes infantilizadas o víctimas
de la demencia senil. Sin embargo aquel viejecillo postrado
en su silla de ruedas -la segunda sombra de la escena-
le había suplicado con tanta insistencia permanecer
unos minutos más en el exterior del edificio que
ella accedió. Posiblemente su falta de firmeza
le acarrearía un toque de atención no muy
amable a cargo del director de la institución,
algo que ella acataría sin quejas ni remordimientos.
A fin de cuentas desdeñar el ruego de un hombrecillo
imposibilitado para caminar y olvidado por su familia
hubiera estropeado la dulzura de aquella hermosa noche,
sobre todo si como era el caso la demanda consistía
en pasar un ratito fuera de los falsamente acogedores
tabiques del asilo para observar el firmamento. Ella no
entendía muy bien el chapurreo del anciano, a quien
un enfermero de tosco humor apodaba "Cablecitos"
por su propensión a guardar trozos de alambre y
pilas desechadas. Pero intuía más allá
de las palabras la sincera emoción que comunicaba
aquel rostro arrugado cuando paseaba con dificultad su
vista cansada entre las constelaciones, susurrando a veces
un callado "bip, bip". Y en tanto ella le acariciaba
un poco la mejilla, muy lejos, por encima de la atmósfera,
orbitaba la Tierra por enésima vez un anticuado
y obsoleto satélite artificial, una microluna de
difunta electrónica que parecía echar de
menos a su diseñador, un técnico jubilado
y octogenario engullido por el destino y que agotaba sus
últimos días en un oscuro geriátrico
de un país extraño. |