Dominio
público |
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Amor loco y amor
cuerdo
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José María
de Acosta
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I
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UN
INCLITO CERVANTISTA
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Justo renombre de
erudito cervantista gozaba entre sus convecinos
de la muy noble e invicta» siempre fiel, ciudad
de Alcoria, y aun en todos los pueblos de habla
castellana, don Perfecto Pérez y Pérez. Espigando
en el campo cervantista logró recolectar sabrosos
y raros frutos, a pesar de lo esquilmado que hubieron
de dejarle los muchos ingenios que de él sacaron
la savia de sus escritos. Menester fue para ello
hacer grande acopio de paciencia y de tiempo. Don
Perfecto estaba tan pródigamente dotado de la primera
como sobrado del segundo. Empezó a darse a conocer
en el mundo de las letras con un profundo estudio
histórico-social, titulado «¿Implantó Cervantes
la jornada de ocho horas en Los trabajos de Persiles
y Segismunda?» Este notable trabajo le
valió justos plácemes de la crítica, y, por contera,
dio motivo a que sus coterráneos le confirmasen
con el remoquete de don Persiles, chanza que no
disgustó a don Perfecto cuando a su conocimiento
llegó, por tratarse de un alto personaje cervantino
y príncipe de la sangre del esclarecido reino de
Tile. Siguió a éste otra Interesante disertación
sobre La tía fingida y que llevaba por titulo
La verdad en su lugar. El insigne Pérez,
después de revolver archivos y bibliotecas persiguiendo
datos, evacuando citas y compulsando textos, dio
a luz este libro. En él, con documentos fehacientes
y con el testimonio de veraces autores contemporáneos
de la diestra zurcidora de voluntades y todo género
de rasgaduras, mi respetable señora doña Claudia
de Astudillo y Quiñones, logró probar de un modo
cumplido e irrefutable que La tía fingida
no fue tal, sino una verdadera tía, en la más liviana
acepción del vocablo. Tan maravilloso e inesperado
descubrimiento causó gran sensación y revuelo en
las huestes cervantistas, que nunca hubieran supuesto
cosa parecida. El trabajo de don Persiles
y con su bien documentada prueba, no dejaba lugar
a dudas; la falange cervantista, mal de su grado,
hubo de rendirse a la evidencia. No se redujo a
este singular aserto el citado estudio. Con harto
pesar de su autor, por tratarse del ídolo de sus
amores, del glorioso combatiente de Levanto, pero
rindiendo parias a la diosa Temis y al titulo del
folleto La verdad en su lugar y sosteníase también
en él la tesis de que Cervantes no inventó La
tía fingida. Esta invención era muy anterior;
databa de remotos tiempos. En las civilizaciones
caldea y siria encontró ya vestigios de estas tías
apócrifas nuestro erudito, y no a la violeta cervantista,
que antes de lanzar tan atrevida aseveración, consultó
buen número de pesados infolios, apolillados incunables
y palimpsestos, y tradujo pasajes, de impresos y
de códices escritos en longevas lenguas: hebrea,
sánscrita, griega, latina y vascuence (1). Entre
los romanos era ya incuestionable que se dio mucho
este género de tías. Mesalina tuvo una de éstas,
y hasta ella misma fue más o menos tía, según el
parecer del políglota, cuya responsabilidad no compartimos.
Su sobrina y sucesora Agripina tuvo también bastante
de tía. En esta delicada cuestión, para don Persiles
el único ser del bello sexo que patentemente no
habla tenido tía alguna, verdadera ni postiza, era
Eva. De las demás se mostraba francamente dubitativo.
Por esta sucinta noticia...
(1) No se crea que consignamos este dato por adulación
a los vascófilos. No hay tal. Es que abrigamos el
firme convencimiento de la vetustez de aquel idioma
desde que contemplamos en un museo provincial la
calavera de un hombre troglodita. Aquellos fortísimos
huesos maxilares sólo podían haber llegado a tal
grado de desarrollo por la gimnasia bucal que supone
el uso continuado de la referida lengua. |
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