Oídme, Dios
mío Los sacrificios de mi buena madre hiciéronme
médico; pero no sé curar.
Estudié en el cuerpo humano la obra maravillosa
de tu infinita omnipotencia. ¡Qué máquina tan
acabada y tan perfecta!
La sangre circula en tenue red venosa impulsada
por el corazón; los pulmones aspiran de la atmósfera
el oxígeno que vivifica; los nervios conducen
la sensación; los músculos mueven; los ojos son
el más selecto aparato de la visualidad órganos
que hablan y cantan, que oyen, que absorben y
que eliminan, conjunto, en fin, de tu sabiduría
indecible.
Nadie puede comprender ni mejorar esa obra, superior
á la inteligencia humana.
Señor: dame tu gracia para curar los enfermos;
yo sufro mucho cuando los veo perecer entre las
lágrimas y la aflicción de los seres amados;
quiero salvarlos de trance tan terrible; quiero
llevar a las familias ese consuelo tan dulce,
convirtiendo la agonía en resurrección.
Yo te ofrezco, Dios mio, no explotar ese don preciosísimo
para enriquecerme. Te lo pido solo para hacer
el bien, ya que tu ley lo manda y yo la acato
con el fervor del creyente.
Descienda sobre mí un reflejo de tu divina majestad,
para librar de la muerte a esos seres humanos
que luchan con supremas ansias por la vida que
de ti recibieron.
Yo veo a la madre expirante, al niño inocente,
a la esposa desolada, al padre afligido, al hijo
inconsolable que me piden el remedio contra la
enfermedad que mata y el dolor que atormenta.
¿Por qué no me has de dar tu poder infinito para
consolar tantas amarguras?
Tú quieres la caridad entre los seres humanos,
y ya ves, Señor, que yo también la quiero para
ejercerla con los mortales en las más hondas aflicciones.
Perdóname, Dios mío. Tú mandas hacer el bien y
no das medios a tus criaturas para practicarlo.
Tú que todo lo puedes, tú que riges los
mundos ¿por qué no has de conceder a este pobre
médico el don que te pide para curar sus enfermos?
Ya ves, Señor, que te lo suplico con todo el fervor
de mi espíritu, movido del sentimiento piadoso
que palpita en tu infinita misericordia. Quitadme
la vida mísera, si yo no puedo darla a los que
mueren. Sufro muchísimo; mi alma está abrumada
por este santo anhelo, por esta noble ambición
que me atormenta y desespera.
Tened piedad de mí: vivo abrasado por ese
sentimiento de caridad hacia los mortales: quiero
llevar la felicidad a tantos hogares afligidos
por la muerte, y tú, Señor, ni no me lo
concedes.
Dios mío; siquiera para que los incrédulos
que tanto te ofenden, se rindan a tu majestad,
concededme ese don milagroso: yo lo repartiré
entre los que mueren, y recibirán la vida invocando
el nombre augusto del Creador.
Tú
eres bueno, tú eres justo, tú eres misericordioso;
si no me otorgas la gracia que te pido, será porque
tu omnipotencia divina perdonadme, Señor,
tiene un límite horrible para tu misma divinidad;
el egoísmo de un Dios que niega a sus criaturas
las facultades de que necesitan para la práctica
del bien.
Aquí me tienes, Señor, postrado ante el trono
resplandeciente de tu inmenso poderío: espero...
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