Dominio
público |
|
La pasión
carnal: confesión de un cura
|
Juan Bautista Enseñat
|
|
|
|
Este libro no es
una ficción.
La desdichada suerte de un hombre que después de
haber tomado imprudentemente las órdenes sacerdotales
se convierte en juguete de su carne, no es una exageración.
Las luchas morales que aquí se encontrarán descritas,
estallan diariamente en más de un alma de cura.
Si la pasión carnal no es irresistible en todos
y en todas partes, lo es en varios. El autor, a
causa de su situación, se ha acercado bastante a
la conciencia de numerosos curas, y ha penetrado
en sus misterios de un moda bastante profundo para
poder atestiguar que no ha hecho más que reproducir
escrupulosamente la verdad.
Todos los hechos que refiere han sucedido, todos,
hasta las caídas inverosímiles, pocos días antes
de la ordenación sacerdotal; los terribles remordimientos,
las consideraciones teológicas son estados de alma
vividos. Por esto la presente obra es más que una
narración destinada a interesar; es una tesis.
No faltará quien me acuse de haber cometido, publicándola,
una mala acción. En el mundo eclesiástico en que
se vive de doctrinas hechas y petrificadas desde
la Edad Media, no hay piedad para las protestas
nuevas o atrevidas. Todo lo que se sale del cuadro
carcomido es sospechoso, si no condenable. ¡Ah!
¡Qué levadura de inquisición fermenta todavía en
el corazón de los teólogos!
Sin embargo, mi conciencia de nada me acusa. ¿Es
obrar mal el demostrar que un cura que cae, aún
es digno de respeto? ¿Se censurará lo atrevido de
ciertos detalles? ¿No será ya permitido, entre espíritus
adultos, llamar las cosas por su nombre?.. No escribo
para señoritas. Mi único objeto es hacer aquí la
confesión que me pesa, a fin de que, aprovechándose
de mi triste experiencia, otros se guarden de contar
demasiado con sus fuerzas, . y a fin, también, de
que el lector, enterado de mis luchas, de mis faltas
y de mi arrepentimiento, aprenda a formar, sobre
el cura culpable, juicios más justos! |
|
Un
cura
|
|
PRIMERA
PARTE
|
|
La
vocación
|
|
Confieso
en Dios...
|
|
I
|
|
Las
influencias
|
|
Si me contentase
con afirmar que me hice cura sin vocación y que
soy incapaz de cumplir los juramentos que me ligan,
se podría dudar de mi afirmación. La historia de
mi vida será la mejor prueba de lo que sostengo;
cuando hayan seguido día por día los detalles de
mi existencia, no creo que puedan juzgarme de distinta
manera que me juzgo yo mismo.
Dejando aparte toda modestia fuera de lugar y toda
falsa mojigatería, desechando toda idea de contemplaciones
humanas, contaré las conmociones de mi alma al paso
de las aspiraciones generosas, los estremecimientos
de mis sentidos sublevados al choque de la voluptuosidad.
Me esforzaré en hacer revivir las emociones virtuosas
o malsanas que hicieron palpitar mi corazón. Mostraré
los elementos de que se componía mi naturaleza y
cómo se amasó y formó con el tiempo; después, siguiendo
en su marcha las energías encerradas en mi ser,
anotaré las vibraciones santas o perversas que excitaron.
Ora atenuándose, ora exasperándose, precipitándose
una contra otra, encarnizándose hasta el abatimiento
de una parte de mi ser, han dado lugar a todos los
transportes y a todos los desfallecimientos, a las
vergüenzas, a los nobles impulsos, a las tristezas,
a las alegrías, a las caídas y a los levantamientos
que han marcado mi carrera, mientras, en virtud
de circunstancias fatales, me acercaba a ese término
sublime del sacerdocio que me encantaba y hacia
el cual me empujaban torpemente Mi cuna estuvo rodeada
de las influencias más capaces de abrir las potencias
de mi alma y dirigirme hacia el bien. Nací en una
tierra fecunda que inundaban el calor y la luz.
Venido al mundo a la hora en que mis padres, jóvenes
esposos, se hallaban todavía temblantes de las primeras
caricias del matrimonio, la necesidad que tenían
de dar expansión a su pecho rodeó mi cuna de besos
y sonrisas. En aquella constante efusión del amor
paterno mi naturaleza se formó, afectuosa e impresionable,
y tanto el tiempo como la educación habían de estimular
poderosamente las felices disposiciones de mi carácter.
Pasaré rápidamente sobre los primeros años de mi
infancia. Mi padre, cuya razón y ternura guiaba
todos los actos, me había acostumbrado, lo mismo
que a los hermanos y hermanas que tuve después,
a una obediencia ciega que no nos costaba trabajo,
porque estaba basada en el respeto y afecto que
teníamos por él; mi madre, menos firme y a veces
condescendiente hasta la debilidad, tenía un tacto
infinito para dirigir nuestras jóvenes inteligencias
y formar nuestros corazones... |
|
|
|
Descargue
la obra completa original
en PDF desde la Biblioteca Nacional de España:
|
|
|
|
|
|