Un
silencio sobrecogedor, sólo roto de vez en
cuando por el ronroneo de alguna paloma posada en
el tejadillo, llena todos y cada uno de los rincones
de la corrala. Madrid, gris, duerme.
En los charcos del patio se refleja, fragmentada
como un puzle roto, la imagen de algunas de las
galerías que dan forma al corral de vecinos,
por cuyos canalones se escucha cómo el agua
cae a borbotones. Algunas gotas de lluvia se deslizan
lentamente por el pasamanos de la escalera, que
ha adquirido ese color oscuro propio de la madera
mojada; otras se precipitan por los tubos de fibrocemento
formando sinuosos regueros que descienden velozmente
buscando los desagües en el suelo del patio,
que se encuentra cubierto de serpentinas rotas y
restos de confeti mojado por la lluvia. El reloj
de la torre de Gobernación anuncia mediante
graves toques de campana las ocho de la mañana.
Es un sonido lejano que, sin embargo, se diría
hacer vibrar el aire neblinoso, denso, en el que
se encuentra sumido el patio de vecinos.
Las ausencias vagan como fantasmas tristes en la
memoria de los que duermen. Todo es silencio húmedo
en esta fría mañana de Año
Nuevo. |