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Dos Autores - Textos breves

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Azar eólico

Azar eólico

Alberto Garijo

El profesor Ridruejo deambulaba por la noche de la ciudad con el abatimiento típico de quien ha sufrido un duro revés, porque eso era exactamente lo que le había sucedido. Durante la víspera, y tras una jornada muy tensa, había sintetizado al fin la molécula buscada con fruición, el crecepelo que relegaría la alopecia al desván de los deterioros biológicos suprimidos. Un golpe de aire arrastró la granulosa sustancia recién obtenida, la cual salió por la ventana y se dispersó en el viento. Fabricaría una nueva muestra, eso por descontado, pero el proceso era muy lento y costoso. La principal dificultad radicaba en el componente mimético, un nuevo material que reconocía al tacto una calva y hacía brotar de ella en cuestión de horas una lustrosa pelambrera con el tipo de cabello más idóneo para la cabeza huésped. Y aquel portento biotecnológico se había disuelto en la atmósfera como el humo de una cerilla, un estúpido accidente que el profesor Ridruejo lamentaba sin cesar. Su reiterativa autoinculpación no se detuvo ni siquiera cuando lo hizo él, agotado, para sentarse con gesto cariacontecido en un banco cualquiera de una plaza desierta. Un farol le enviaba su luz; la misma que recibía la estatua de cierto prócer, cuya calvicie aparecía extrañamente sustituida por una pétrea eclosión capilar.

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