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Dos Autores - Textos breves

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De un payaso

De un payaso

Luis de la Fuente
Escrito el 19 de enero de 2019

Les separaba el idioma, el país de residencia, la capacidad económica y, aventuraba, infinidad de detalles que, de ser expuestos a la luz del día, velarían casi de inmediato aquella desmedida atracción que sintieron el uno hacia el otro nada más verse. Abandonaron el bar del hotel y caminaron hasta un diminuto parque recoleto en el que se adentraron, asidos de la mano, sin temor a poder ser descubiertos y sin recabar en el peligro que suponía transitar por aquel lugar a esas horas de la noche. Recuerda que le preguntó algo, pero o no fue capaz de entender el matiz de sus palabras o no supo responder de una manera acertada en su idioma y la mujer se echó a reír con ganas. Al detenerse frente a una balaustrada se volvió hacia él y lo miró desde la profundidad de sus ojos azules con tal intensidad que lo hizo estremecer. Nunca antes una mirada lo había implorado amor con semejante pasión, nunca antes había besado a una mujer con la vehemencia con la que lo estaba haciendo en ese instante. El era el protagonista de un momento mágico que, con absoluta certeza, sublimaba la ensoñación de millones de hombres desde sus alcobas. ¿Se encaprichaba a menudo esa joven actriz de rostro casi adolescente del hombre que más atención le prestaba? ¿Se repetía aquel gesto cada vez que en algún rincón del planeta un hombre afín a sus gustos la reconocía y se sentía irremediablemente atraído por ella? ¿Habría sido uno más de una larga lista de escogidos por un caprichoso corazón que se asomaba al mundo a través de un rostro sublime y risueño?

Las dudas se desvanecieron cuando, al alba, le preguntó con aniñada picardía si desearía viajar con ella a Nueva York para ayudarle a preparar el guion de su próxima película. Le había puesto el mundo a sus pies y no tenía calzado ni para dar el primer paso. Y en ese instante, tomando conciencia de quién era y de cuáles eran sus limitaciones, la dejó marchar a sabiendas de que cualquier otro en su lugar hubiera partido con ella aunque el destino hubiese sido el fin del mundo. Con los años, dejó de ver a un cobarde cada vez que se cruzaba con su reflejo en el espejo; simplemente se miraba como quien mira a un extraño cuya vida anodina había sembrado de supuestas decisiones acertadas a costa de no arriesgar nada para no caer dando tumbos por la incertidumbre de la vida.

Apagó el televisor y agradeció que las últimas imágenes de la película que su actriz amante protagonizaba le hubiesen reflotado aquellos momentos grabados a fuego en su memoria, habitualmente hundidos en las profundidades abisales de un mar repleto de sentimientos contradictorios que era mejor mantener alejados de las aguas calmas de la superficie. Fueron suyos cada mechón dorado de su pelo ensortijado, sus labios finos, su cuerpo espigado, su cara de ángel, sus ojos celestes que le imploraban amor desde el lugar más recóndito de su alma aventurera, su sonrisa infantil, su caminar desgarbado, su humor burlón e ingenuo a la vez, y hasta la esperanza de un nuevo futuro en su compañía. Durante un instante en el tiempo fueron suyos. De un payaso.

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