Entró en la estancia alimentando la creencia de que su madre, que yacía al otro lado del cristal flanqueada por un par de coronas con estereotipados mensajes de esperanza, se había reunido al fin con su padre en algún lugar ignoto e inconcebible para las mentes ciegas de los mortales, si bien su convivencia mundana no diera lugar a muchas esperanzas sobre aquel reencuentro póstumo. Bien sabía, al igual que los hombres y las mujeres de miradas afligidas que se habían dado cita a lo largo de ese día aciago en el velatorio, que aquel ser huérfano de vida difícilmente podría ya tener entidad alguna. Accedió a la cámara armado de entereza mientras su corazón desnudo se deshacía en lágrimas mudas que brotaban hacia dentro. Besó a su madre en la frente sublimándose el frío absoluto e indeleble de la muerte en sus labios.