Hacía
dos minutos que alguien había llamado reiteradamente
al timbre de la puerta. De estar presente, le hubiera
faltado tiempo para recorrer los escasos diez metros
que le separaban de la entrada, pero al ser sólo
un ente sin cuerpo no acertó a moverse. La identidad
de quienes llamaban, porque se trataba sin duda
de un grupo de personas, y sus intenciones, eran
sólo interrogantes sin respuesta. Escuchó cómo varios
individuos entraban en la casa y accedían a la estancia
donde se encontraba; aunque hablaban entre ellos
en voz baja sólo percibía sonidos que confundía
con palabras a los que no podía dar coherencia por
más que lo intentaba. Quizá fueran ladrones en busca
de joyas o riquezas, si bien este punto tenía poca
consistencia. Varios sujetos realizaron un esfuerzo
para alzar un cuerpo muy pesado y tumbarlo groseramente
sobre una camilla; los otros tomaban notas en silencio
mientras recorrían la estancia buscando quién sabe
qué enrevesados argumentos. Diez o doce minutos
después todo había terminado; el grupo de personas
abandonó la vivienda sumiéndola en una inquietante
calma y el narrador seguía allí, sentado frente
a su máquina de escribir tratando de erradicar el
caos a tanta incongruencia. |