El rumor va siempre conmigo. Lo escucho cuando camino y no desaparece al detenerme. Lo escucho cuando pienso, y cuando no quiero pensar se abre camino con ahínco. Al mirarme en el espejo lo escucho doblemente; lo escucho desde siempre, aunque últimamente se ha vuelto un sonido bastante persistente. A la luz del día, y en la oscuridad, conmigo está presente. Me sigue a todas partes, y su eco se percibe con angustia en las miradas tristes de las gentes. Es un rumor remoto y solemne, un ruido de fondo omnipresente, un aviso que hiela la sangre y causa vértigo en la mente: es el paso del tiempo atravesando mi cuerpo y consumiéndolo poco a poco hasta el momento mismo de la muerte.