La
fotografía se asemejaba a una estampa sucia
reflejada en el azogue de un espejo centenario.
Aquel joven matrimonio, posando en actitud triste
y grave delante de un aparador tan antiguo como
el cristianismo, parecía una pareja de sombras
a punto de desvanecerse; presagiaran o no entonces
la tragedia, lo cierto es que la vida les situó
muy poco tiempo después frente a la puerta
de salida. A Justo lo fusilaron durante la guerra
civil junto a la tapia del cementerio de El Casar;
Teófila murió de hambre y de pena
unos meses después. Cientos, miles de hombres
encontraron su fin frente a muros de piedra como
ese; hombres que, como Justo, sintieron penetrar
la muerte por la frente, o por la nuca, mientras
lloraban el adiós a sus Teófilas,
Cármenes, Marías... Ateridos de espanto,
los corazones tiritaban desbocados hasta que el
plomo los callaba. ¡Cuántos asesinos
agitaron sus enfrentadas enseñas patriotas
frente a muros, vías muertas y cementerios
viejos! ¡Cuánto dolor, cuánta
miseria! ¡Cuánta pena! |