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Dos Autores - Textos breves

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La conversación

La conversación

Relato breve de Luis de la Fuente
Escrito en el año 2018

Nuestra presencia en este mundo se debe a un conjunto de factores sobre los que no tenemos ningún control y que se sucedieron antes de nuestro nacimiento en un intrincado y constante cruce de caminos que se bifurcan, como las ramas de un árbol cuya división y complejidad aumenta, a medida que se retrocede en el tiempo. Yo no soy ninguna excepción, es más, me atrevería a decir que si puedo escribir estas líneas se debe a la decisión que tomó mi padre o, para ser más exactos, que no tomó. Si hizo o no lo correcto sólo mi padre y Dios lo saben. Aunque resido en España desde hace quince años, soy norteamericano, y lo que pasaré a relatar tras estas breves líneas es la confidencia que mi padre deseó compartir conmigo antes de abandonar este mundo. Como en esta sentida memoria no sólo hago referencia a mi padre, un productor ejecutivo de cierto renombre en los Estados Unidos, sino también a una reconocida actriz y cantante norteamericana que a fecha de hoy continúa haciendo cine en mi país y es además una respetable madre de familia desde hace varias décadas, he creído conveniente modificar sus nombres y el de otras personas que se mencionan en la narración para salvaguardar en lo posible el anonimato, si bien no me ha sido posible eludir determinadas referencias. El relato es una puesta en escena de lo que mi padre tuvo a bien contarme; hay partes de la narración que, con bastante aproximación, se sucedieron tal y como las he descrito; otras se corresponden con situaciones que quizá debieron suceder, aunque no pasan de ser suposiciones o deducciones cuya finalidad es cubrir las lagunas presentes en el sesgado relato de mi padre. Habiéndose desarrollado los hechos en el año dos mil dieciocho en el condado de Albemarle, Virginia -tampoco deseo precisar más- quizá debería haber ofrecido esta nota biográfica póstuma de mi padre a alguna editorial estadounidense y haberla escrito en inglés, que al fin y al cabo es mi lengua materna y la de las personas implicadas en el relato. Pero ninguna editorial la hubiese publicado sin conocer datos, nombres concretos y fechas, información que no estaba dispuesto a ceder por respeto a la intimidad tanto de mi padre como de la actriz a la que en esta crónica hago referencia y que, no me cabe ahora ninguna duda, fue el epicentro del alma atormentada de mi padre. Por otra parte, ¿es posible redactar un libro de memorias a partir de una sucinta conversación entre dos personas en una autocaravana de producción, por muy íntima y esclarecedora que aquélla fuese, sin utilizar recursos propios de la ficción y pergeñar situaciones para dar credibilidad y coherencia a esos silencios llenos de vacíos tristes y sentimientos de pérdida que la mirada de mi padre dejaba traslucir cuando el pasado lo sorprendía sin previo aviso? Hoy, que aún mantengo fresco en mi memoria lo que mi padre me reveló, deseo hacer partícipes de su pequeño legado a los lectores que tengan en consideración leer estas líneas. Para muchos de ellos esta narración será sólo la redacción dramatizada de una conversación apenas transcendente, tal vez un recordatorio a lo sumo de que nuestra existencia en este mundo se rige simplemente por el azar. Para mí, que siempre sentí un profundo amor y admiración por mi padre, su revelación resultó tremendamente dolorosa y decepcionante a la vez: mi padre era un espíritu fracasado cuya alma férrea necesitaba liberarse antes de la partida y, al elegirme para tal fin, convirtió mi existencia, sin ser consciente de ello, tan sólo en el producto residual de una vida frustrada que él no pudo compartir con la persona que realmente amaba.

Robert D.
Charlottesville, Albemarle (Virginia). Finales de Septiembre de 2018


Darren estaba observando la puesta de sol desde la ventana trasera de su autocaravana de producción cuando alguien llamó con suavidad a la puerta.
—¡Empuje, la puerta está abierta! —¡gritó el hombre sin levantarse.
Una mujer grácil de unos sesenta y cinco o setenta años, de un llamativo y singular atractivo, entró en la autocaravana.
—¡Hola, Margaret! ¡Pasa! ¡Siéntate!
La mujer, de modales refinados y exquisito gusto en el vestir, se aproximó hacia Darren.
—Me fascinan estas autocaravanas. Siempre me traen recuerdos —dijo la mujer tras sentarse frente a Darren y echar un vistazo rápido al interior del vehículo.
—Tiene más de veinte años. La compré a principios del noventa y ocho.
—He visto que tienes un póster de nuestra película en la entrada.
—Fue mi primer trabajo como productor ejecutivo. Tengo mucho cariño a ese póster. De hecho, es el tercero que he colgado. Los dos anteriores se decoloraron por la luz.
—Aquella película fue muy especial para los dos. Aunque antes ya había hecho algún que otro pinito en televisión fue mi primer trabajo como protagonista.
—Cierto —dijo Darren como si la carrera profesional de Margaret no tuviese secretos para él.
—¿Has sido tú quien ha preparado la entrevista?
—Ha sido Claire. Yo no he intervenido —contestó Darren—. ¿Te ha molestado alguna cosa?
—No, en absoluto, al contrario. La entrevista está muy bien llevada. Claire me ha preguntado cuándo nos conocimos Jon y yo.
—¿Y qué has respondido?
—Que nos conocimos precisamente en aquella película, en el setenta y dos, y que lo único que hacía Jon era mirarme las piernas y el trasero.
Darren miró a Margaret, alarmado.
—¿Le has respondido eso?
—¡No!, pero me he quedado con las ganas de hacerlo, no te creas —dijo sonriendo con complicidad.
—Todos te mirábamos. Vestías aquellos pantalones blancos tan cortos y ajustados… que era difícil no mirarte.
—Era una niña mala, ya lo sabes.
—Todo fue malo en aquella película. Fueron dieciséis semanas de infarto. Ni siquiera sé cómo logramos acabarla. Muchos miembros del equipo renunciaron y lo que quedó de él se amotinó. Afortunadamente, la Warner compró la película. No me preguntes cómo porque no lo sé.
—Es cierto que hubo problemas al final debido a la falta de presupuesto. Bryan se quedó sin dinero y no podía pagar a los técnicos. Al menos, eso es lo que trascendió.
—Hasta llegaron a apuntarnos con rifles los dueños de algunas tierras —matizó Darren.
—No recuerdo nada de eso.
—Tú no estabas cuando sucedió, ¡menos mal! Margaret clavó sus ojos en Darren y preguntó tras escrutarle durante unos instantes:
—¿Recuerdas cómo nos conocimos? —preguntó Margaret.
—¡Desde luego! Fue una situación bastante embarazosa y desafortunada —dijo Darren viéndose transportado mentalmente al pasado.
—Siempre me he quedado con las ganas de preguntarte una cosa. ¿Por qué no querías que trabajase en la película, Darren? Cuando estabas reunido con Bryan te oí decir que considerabas a Susan idónea para el papel protagonista, que no acababas de verme en ese papel. Eso es lo que estabas diciendo cuando hice acto de presencia en la sala.
—¡Caramba, tienes buena memoria! —exclamó Darren bajando la vista.
—Te pusiste rojo como un tomate cuando me viste entrar. ¿Por qué no querías trabajar conmigo en aquella película si aún ni siquiera nos conocíamos? ¿Qué es lo que no te gustaba de mí? Ahora me lo puedes contar, ha pasado mucho tiempo. Siempre me he quedado con las ganas de preguntártelo.
Darren miró a la mujer con fijeza sin atreverse a responder a la cuestión que tan abiertamente le había planteado. Margaret preguntó de nuevo:
—¿Te acuerdas de aquella tarde en la que me invitaste a unas cervezas en la cafetería del hotel? Esa tarde en la que me pediste permiso con exquisita educación para sentarte frente a mí en la mesa que ocupaba y empezaste a hablar y a hablar y a hablar…? Yo me dije, ¡Dios mío, este hombre pretende contarme toda su vida en media hora! Me dejaste muy sorprendida. La verdad es que no supe qué pensar. ¿Por qué me contaste todo aquello, Darren? ¿Pretendías disculparte de algún modo por desaconsejar a Bryan que me seleccionara para el papel de Holly?
—Ya hace tanto tiempo de aquello… —se excusó Darren tratando de esquivar la cuestión planteada por Margaret.
—¿Qué pretendías, Darren? ¿O te sentaste conmigo para paliar el aburrimiento de una tarde tediosa? Darren observó a Margaret tratando de valorar hasta qué punto sincerarse.
—Te vas reír —dijo Darren realizando una mueca que intentaba torpemente asemejarse a una sonrisa—. Lo que pretendía era declararme —matizó el hombre algo azorado.
—¿¡Pretendías declararte!? ¿¡Era eso lo que tratabas de hacer!? —dijo Margaret sorprendida con tal énfasis que más que preguntas parecían exclamaciones. Darren clavó sus ojos en la mirada azul celeste de Margaret y dijo:
—Eras la chica más bonita y dulce que había conocido jamás… Pero a mí nunca se me dieron bien esas cosas. Y además, yo no pasaba mucho tiempo en el set de rodaje. No tenía muchas oportunidades de hablar contigo y siempre estabas rodeada de gente del equipo. Esa tarde no te acompañaba nadie y pensé que quizá no tendría otra oportunidad para conocernos.
—¿Por qué entonces esa insistencia en que no hiciera el papel? Hiciste lo posible por convencer a Bryan de que fuera Susan la protagonista. No lo entiendo.
Darren observó a Margaret con aire grave durante unos instantes y finalmente se sinceró:
—No quería trabajar contigo porque me gustabas como ninguna otra mujer me había gustado hasta ese momento. Para mí suponía un auténtico suplicio saber que trabajarías en la película. Al principio, procuré evitarte como pude porque tenía la certeza de que no me iba a ser posible mantener los cinco sentidos en el rodaje cuando todos ellos estaban centrados en ti. No sabía si presentarme en el set o mandar a mi ayudante. No me atrevía a llevarte en coche al hotel y prefería que lo hiciera Bryan, Alice o Jon. Ni siquiera me atrevía a mirarte. Me dormía pensando en ti, imaginando conversaciones contigo en una intimidad que se me antojaba inalcanzable. Ahora o nunca, fue lo que pensé aquella tarde.
Margaret, que escuchaba con seriedad a su interlocutor, masculló algo en tono apenas perceptible y se quedó muy quieta mirado a Darren sin dejar traslucir apenas sus pensamientos.
—Margaret, no deseaba incomodarte en absoluto —Dijo Darren tratando de disculparse—. Perdóname si lo he hecho. Sólo he pretendido sincerarme.
—Ahora o nunca… Pero fue nunca. ¿Por qué no me dijiste sencillamente que te gustaba, Darren? ¿Por qué no lo hiciste aquella tarde? -preguntó la mujer con cierto abatimiento.
—Pensé que Jon podría ofrecerte un futuro mejor.
—¿Jon? Entonces aún no estaba saliendo con Jon.
—Pues lo parecía. Al menos, a mí me lo pareció.
—¿De verdad pensaste eso? ¿Te echaste a un lado de la carretera para que Jon pasara?
Darren la miró muy serio sin atreverse a decir nada.
—¿Y por qué hiciste eso? —preguntó de nuevo Margaret, incapaz de comprender la decisión que aquel hombre había asumido hasta sus últimas consecuencias.
—Jon era tan simpático, tan bien plantado, tan buena persona... Te trataba tan bien que di por hecho que estabais saliendo.
—No comenzamos a salir hasta que terminó el rodaje. Siempre supe que le gustaba, eso sí. Bueno, ya sabes cómo es. Lo que no suponía es que tú estuvieses enamorado de mí hasta ese punto.
—Yo sólo era el hijo de un matrimonio sin apenas recursos que trataba de abrirme camino en el cine. No tenía medios económicos y no sabía si tras la película tendría algún futuro en la industria o acabaría trabajando de reponedor en algún supermercado o repartiendo paquetes. No era un buen partido, al menos no lo era entonces. No deseaba condenarte a una vida llena de carencias. Pero no podía evitar sentirme atraído por ti. Me gustaste desde que te vi en aquella película de la casa de chicas embarazadas que rodaste para televisión. Soñaba con tu pelo largo y dorado, tus ojos celestes, tu cara pecosa y aniñada. Pero, sobre todo, con tu mirada, tu forma de hablar, tu educación, tu delicadeza y, al mismo tiempo, tu determinación; esos atributos que el paso de los años no ha logrado arrebatarte… Estaba perdidamente enamorado de ti.
—¡Dios mío! ¡Y yo pensando que no me soportabas! —exclamó Margaret realizando un evidente esfuerzo por no perder la compostura frente a aquel hombre que le había abierto de par en par su corazón.
—Después de todo, no hubiese tenido ninguna oportunidad.
—¿Qué te hace pensar eso? —cuestionó extrañada Margaret clavando sus ojos en él.
—¿La hubiese tenido? —preguntó Darren en tono derrotista.
—Si te contestara a esa pregunta con franqueza quizá te haría daño —contestó Margaret tras mirarlo circunspecta durante unos instantes que a Darren le parecieron prolongarse una eternidad.
—Entiendo —dijo el hombre tratando inútilmente de disimular su abatimiento.
—No, Darren, no entiendes. Si entendieras no me hubieses hecho esa pregunta. Darren clavó sus ojos en Margaret tratando de comprender el sentido que encerraban sus palabras.
—Si te hubieses declaro te hubiera dicho que sí. Incluso creyendo que preferías a Susan como actriz en vez de a mí. Lo hubiera hecho sin dudarlo.
Un denso silencio se adueñó del interior de la autocaravana, Margaret dirigió su vista hacia el exterior a través del ventanal trasero del vehículo y observó cómo el ocaso se abría paso sobre la pradera esmeralda donde se hallaba estacionada la autocaravana.
—Todos los atardeceres parecen iguales, pero sólo es una ilusión —dijo Margaret sin dejar de mirar por el ventanal—. Los atardeceres, como cada uno de los momentos de nuestras vidas, son únicos y no vuelven a repetirse jamás.
—Así es —masculló Darren, melancólico.
La mujer se volvió hacia Darren y dijo asiéndole una mano:
—No te mentiré. He sido feliz con Jon, todo lo feliz que puede llegar a ser una mujer cuando hace todo lo posible por serlo… Pero deberías haberte declarado aquella tarde. Deberías haberlo hecho.
Margaret se puso en pie, aproximó sus labios a los de Darren y lo besó con extraordinaria delicadeza. Después se lo quedó mirando unos instantes con complacencia y se dispuso a salir de la autocaravana. Cuando se encontraba junto a la puerta de ésta, se volvió hacia él y le dijo en un tono mesurado que no encubría la tristeza que su mirada dejaba traslucir:
—Siempre te he llevado conmigo en el corazón, Darren…
Margaret iba a decir algo más, pero se contuvo, tras lo cual salió de la autocaravana, encaminándose hacia su automóvil. Me pregunto si mi padre, extrañado al no oír la puesta en marcha del motor del vehículo, se asomaría a través del ventanal de la autocaravana y vería a Margaret enjugándose las lágrimas en el asiento delantero de su elegante Toyota Prius negro en el que, tras unos instantes, se alejaría lentamente hasta desaparecer de su vista. Todo lo que mi padre era y en lo que se había ido convirtiendo con el paso de los años era consecuencia de cada una de las decisiones que había tomado, entendiendo por éstas incluso las que no asumió, dejando que el azar implícito en el transcurrir del tiempo decidiera por él, del itinerario escogido en cada encrucijada, de cada paso recorrido, de lo que había dicho y de lo que había silenciado. Sólo era el resultado de un conjunto de elecciones que el destino había dispuesto en su camino. Si mi padre se hubiese declarado a Margaret en aquella cafetería al sureste de Colorado a primeros de los años setenta yo no existiría y estas líneas jamás hubieran sido redactadas.

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