Llevaba apenas unos minutos resguardado en el pequeño portal
de ese edificio añejo y recio esperando a que la lluvia escampase. Durante
ese tiempo su vida desfiló desgranando innumerables recuerdos sin orden
ni concierto, pinceladas de colores escogidos sin mucho acierto que dibujaban
un cuadro abstracto de escaso valor, por no decir ninguno. Los acontecimientos
que daban forma a su vida sólo eran un conjunto de elecciones que el azar
había dispuesto en su camino obligándole a tomar partido, a escoger entre
esto o aquello.
Un relámpago iluminó la angosta calle y el lóbrego portal y, tras ese instante
de luz blanca intensa, un trueno hizo temblar el barrio entero.
Su vida, analizada en absoluto y desde la fría oscuridad de ese umbral en
el que se resguardaba, no tenía sentido alguno. Era como un ensayo de una
obra de teatro de una única representación que no admitía enmiendas ni correcciones.
Un guion que no permitía la vuelta atrás para modificar el transcurso de
los acontecimientos y en el que la suerte y las desgracias dependían tanto
del buen hacer en la escritura como de la calidad de la tinta y del papel,
e incluso de una tromba de agua repentina que había consumido casi quince
líneas de su tiempo entre banales pensamientos.