Por
la mente de Lucía, que nació inteligente
y por eso de pequeña parecía enfadada
todo el día, surgían notas de violines
y violonchelos desde que supo de la existencia de
dichos instrumentos, que tocaba con entrega y virtuosismo.
Podría haber sido, como en el fondo su padre
deseaba, una gran concertista, pero la misma inteligencia
que la convertía en un músico dotado
razonaba que difícilmente podría ganarse
la vida tocando el chelo.
Se detuvo junto a la Rue de L'Université,
que terminaba abruptamente rematada por una acera
circular flanqueda por bolardos de acero que impedían
a los vehículos adentrarse en el parque Champ
de Mars, y se volvió para contemplar de nuevo
la Tour Eiffel, situada a poco más de cien
metros del lugar donde se encontraba. Atardecía
en grises tristes de invierno mientras una lluvia
leve mojaba París. Y desde la soledad de
esa retirada calle, las notas musicales de una melancólica
melodía comenzaron a desfilar por la mente
de Lucía hasta componer un épico concierto
que a su padre le hubiera enorgullecido escuchar
en algún auditorio repleto de oídos
refinados dispuestos a aplaudir con vehemencia la
composición de aquella niña enfadada
de mente prodigiosa que jamás llegará
a formar parte del repertorio de ninguna orquesta. |