Mi
infancia se quedó allí, no en las
aulas ni en las galerías, sino entre las
nubes de polvo que se levantaban sobre la arena
del patio de recreo. Allí se quedó
ese sol, redondo y amarillo, que alumbraba horas
eternas, la juventud de mis padres y la madurez
de mis abuelos; allí se quedó mi inocencia,
el niño Jesús y la cigüeña
que traía a los niños de París
volando. Se quedó mi primer amor y mi primer
desengaño. Mi primera pelea se quedó
allí, mi primer miedo. Se quedó la
muerte de la madre de mi compañero, tan querido,
y la de mi tío Julio; la canica de cristal,
el tren eléctrico y la bicicleta que con
todo su cariño me regaló mi abuela;
la sonrisa abierta, la ilusión sincera, la
confianza. Se quedó el futuro proyectado
de mi vida. Se quedó mi infancia. Se quedó
allí, flotando entre las nubes de polvo.
En aquel patio de recreo. |