Hacía frío, un frío como jamás había sentido en su planeta.
Cuando la nave le dejó en lo alto del Puig Campana, a escasos nueve kilómetros
de Benidorm, en pleno mes de agosto, se sintió desvalido. Fue un aterrizaje
suave y sin complicaciones, al margen de miradas indiscretas gracias al
escudo de invisibilidad, pero la chatarra espacial que rodeaba La Tierra
a modo de estercolero complicó lo suyo el descenso, no fue como hace dos
mil y pico años, cuando sus antecesores pilotaban la estrella de Jerusalén,
que al final y por problemas técnicos tuvo que cambiar de nombre debido
a una modificación de rumbo inesperada que la condujo hacia Belén, con todas
las complicaciones logísticas que aquello conllevó en su momento. Entonces,
al menos, no fue necesario sortear todo ese corolario de restos metálicos
que los terráqueos habían diseminado por la termósfera y exósfera del planeta.
El almirante se lo advirtió antes de salir de la NATT (Nave de Aproximación
y Toma de Tierra):
—No puedes abrigarte así en un lugar donde la gente viste sólo en bañador.
¡Ya te estás quitando todo eso!
Cuando la nave se elevó y el calorcillo procedente de los motores de la
misma se disipó, comenzó a tiritar. No debería haberse presentado voluntario
para aquella arriesgada misión, no bajo unas condiciones tan extremas. Tan
pronto como puso el pie en tierra, lo supo. Pero ya era tarde. Vestido con
una camisa a cuadros, un pantalón corto sumergible que los terrestres denominaban
bañador, unas chanclas de plástico que el equipo "avanzadilla" había adquirido
en un comercio local y su unidad PYR (Pregunta y Respondo), se dispuso a
bajar aquella montaña, comparativamente hablando, apenas un montículo en
el lugar del que procedía, cuyas cumbres montañosas se elevaban decenas
de miles de gorlas —unidad de medida que equivale aproximadamente a 150
centímetros— por encima del nivel del mar. No obstante, y dado que su preparación
no había sido tan esmerada como debiera, decidió comprobar el funcionamiento
y la fiabilidad de su unidad PYR, para lo cual apuntó con ella a un bicho
oscuro de cuatro patas, cuerpo alargado y rabo largo que parecía estar observándolo
desde una piedra sobre la que caía el sol a plomo, ese sol que no le calentaba
lo más mínimo; tan pronto como dirigió la unidad al animalito, de entre
doce y quince centímetros de longitud, salió corriendo ondeando el tronco
a una velocidad endiablada, pero no tan rápido como para que la PYR no pudiese
fotografiarlo y catalogarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó Paco.
—"Cocodrilo, cocodrilo" —respondió un par de veces la unidad sin vacilar.
Paco sonrío con satisfacción, asumiendo que con aquel aparato a su disposición,
diseñado para ser confundido con un teléfono móvil terráqueo, podría llevar
a cabo la misión encomendada sin dificultad. Además, su fisionomía era prácticamente
indistinguible de la de los terrestres, y eso le daba cierta confianza:
con una tez más oscura que ellos tal vez debido a la proximidad de Torrado,
la estrella alrededor de la que giraba Piciaste, su planeta, pero en un
lugar donde todo el mundo venía a ponerse moreno, este detalle carecería
de importancia. Además, llevaba mucho tiempo aprendiendo las costumbres
de La Tierra, aunque las españolas le resultaban tan difíciles de entender
como el idioma inglés, que se le atragantaba como las pipas de Fazarpilla,
una especie de sandía autóctona de la región donde vivía del tamaño de los
kiwis terrestres. El Consejo de Medio Sabios le había escogido a él para
la misión porque podría perfectamente hacerse pasar por un autóctono, y
eso, al margen de otras consideraciones, era de extremada importancia para
el desempeño de aquella aventura que marcaría un antes y un después en la
carrera por poner en contacto a ambas civilizaciones, la de su planeta y
la terrestre, de poder confirmar que ésta última contaba con la inteligencia
mínima suficiente. Sin embargo, a medida que descendía la montaña su preocupación
iba en aumento, como si todo lo aprendido no tuviera entidad alguna ante
lo que se le avecinaba. Según dejaba la cima atrás y descendía por el sendero,
observó lo que podía ser un aparcamiento de vehículos, un bazar en el que
se vendían tiendas de campaña o ambas cosas a la vez. Como debía indicar
algo en su informe, optó por apuntar la PYR hacia aquel lugar, fuese lo
que fuese, y esperar a ver qué decía el cachivache. La respuesta no le convenció
mucho: "caravana, caravana". ¿Cómo que caravana? Paco movió la unidad hacia
la derecha y efectuó una segunda lectura. En esta ocasión la respuesta de
la PYR fue "tienda de campaña familiar, tienda de campaña familiar". ¡Pues
sí que su misión empezaba bien! Paco, que no podía permitirse el lujo de
quedar mal ante el Consejo, retrocedió hasta conseguir que aquel lugar llenara
todo el encuadre de la PYR y tomó otra lectura. "Mercadillo, mercadillo",
respondió en esta ocasión la unidad. Confundido ante las respuestas incoherentes
de la PYR y cuestionándose cuál de ellas indicar en su informe, se vio repentinamente
sorprendido ante la presencia de un local que se había apostado a su lado.
—¿Le gusta el camping? —interrogó afablemente el terrestre a Paco.
Paco se volvió hacia el sujeto con los ojos abiertos como platos y sonrisa
de oreja a oreja. Por más que lo intentaba no recordaba qué era un camping,
pero tenía que sonreír, sonreír siempre, eso era al menos lo que sus instructores
le habían advertido: "Sonríe, no muestres acritud, no respondas lo que no
sabes, mira que los terráqueos son una especie inferior, y los españoles
aún están por catalogar". El terrestre, un sujeto de mediana edad y mediana
estatura que vestía camisa a rayas y pantalones vaqueros, le observaba con
aire divertido.
—Me ha quedado una parcela libre muy apañada. Se lo digo por si estuviera
buscando un camping. ¿Es Usted del sur?
Si no era capaz de responder una pregunta como para responder dos. ¿Del
sur? ¿Del sur de qué? Y, además, ¿cómo podría responder si quería o no una
parcela si no tenía ni idea de qué era eso?
—No —respondió finalmente Paco con un escueto monosílabo sin dejar de sonreír
mientras se guardaba a toda prisa la unidad PYR en el bolsillo izquierdo
de su bañador.
—¿No necesita una parcela o no es Usted del sur?
De haberle permitido el Consejo venir armado, ya hubiera desmaterializado
a aquel entrometido.
—No parcela, no sur —contestó Paco escuetamente, incapaz de pronunciar una
frase gramaticalmente mejor formulada.
—Si le he molestado, discúlpeme, he creído que buscaba un camping donde
pasar una temporada.
No parcela, no sur —repitió Paco dos o tres veces más a medida que
se alejaba a toda prisa de aquel sujeto y continuaba su descenso por el
estrecho sendero que, si no estaba equivocado, acabaría conduciéndolo a
Benidorm.
Su primer encuentro con un terrestre de carne y hueso no sólo había resultado
decepcionante, sino que ponía de manifiesto que su preparación había sido
totalmente insuficiente, a no ser que el Consejo le hubiera seleccionado
a él entre decenas de candidatos para hacerle pasar por un completo oligofrénico
sin ningún entrenamiento adicional, pero esto no lo podría asegurar. Paco,
que caminaba ligero tanto para entrar en calor como para evitar que ningún
otro espécimen terrestre con el que pudiera cruzarse se le aproximara tratando
de hacerse rico a su costa, repasaba mentalmente el objetivo primordial
de la misión: constatar si, más allá de comportamientos biológicos regidos
aparentemente por las leyes no exentas de cierta racionalidad, había vida
realmente inteligente en la Tierra, y especialmente en España. Era cierto
que los habitantes de Piciaste guardaban un gran parecido físico con los
terráqueos, pero sus comportamientos y costumbres distaban mucho de poder
ser comparables, tanto que resultaba a veces imposible asimilar las diferencias
y plantear hipótesis que pudieran mínimamente sustentarse. Las procesiones
de esa época del año que los españoles denominan "Semana Santa", por ejemplo,
ya habían sido tratadas de investigar por otro equipo entrenado específicamente
para ello que aterrizó en el parque de María Luisa de Sevilla en el año
dos mil veinte. "Ozú", que así se llamaba el equipo que incursionó en aquel
territorio, abandonó el estudio al no encontrar a nadie debido a un extraño
virus terrestre que, según los resultados del informe y pese a la incongruencia
de los mismos, había sido creado y diseminado al parecer por los propios
terráqueos. El equipo que un año antes fue a estudiar los Sanfermines regresó
a la nave nodriza totalmente ebrio y sin tener muy claro si eran los hombres
los que corrían delante de los toros o viceversa y cuál de las dos especies
era más digna de lástima. Los que trataron de estudiar Las Fallas regresaron
sordos, quemados y totalmente perplejos, no tanto por el estruendo provocado
por el material pirotécnico y el fuego, como por el hecho de que los locales
destruyeran bajo las llamas lo que les había supuesto tanto esfuerzo diseñar
y erigir, y los integrantes de la misión "Tomatina" no entendían que existiese
una organización llamada Cruz Roja repartiendo bolsas con alimentos entre
los necesitados, con el esfuerzo que eso suponía, mientras los que gestionaban
las entregas se reunían posteriormente en una plaza abarrotada para arrojarse
tomates perfectamente comestibles mutuamente a la cara. Si ninguno de esos
equipos, que estaban infinitamente más preparados que él, pudieron llegar
a comprender qué motivaba a actuar de formas tan absurdas a estas formas
de vida primitivas, cómo podría hacerlo él, más aún habiendo sido destinado
a Benidorm, un lugar al que sólo un desesperado habitante de Piciaste podría
acudir por deseo propio por mucho que posteriormente fuese aclamado como
héroe planetario. Las mejores misiones, como el estudio de intercambio de
fluidos en las playas de una lugar denominado California, o el que pretendía
recorrer todos los garitos de la ruta 66, o "The Main Street of America",
para averiguar qué demonios bebían los que se aventuraban a recorrer sus
casi cuatro ml kilómetros, siempre eran encargados a los que contaban con
algún amigo o familiar en el Consejo de Medio Sabios. De repente, pegó un
brinco y se despertó abruptamente.
—¡Qué demonios! —masculló de camino al cuarto de baño mientras trataba de
catapultar con el dedo índice de la mano derecha un moco que acababa de
extraer de su nariz.
Se escuchó una voz ronca que pronunció la palabra "asqueroso" dos veces
seguidas. Paco abrió la puerta del cuarto de baño a toda prisa y se asomó
receloso hacia el dormitorio. No era la unidad PYR con la que había estado
soñando aquella noche, sino una mujer con obesidad mórbida, bien entrada
en la sesentena, que trataba de incorporarse de la misma cama que nuestro
héroe intergaláctico había abandonado apenas unos momentos antes. En ese
instante tuvo la certeza de que, de ser la misión algo más que un sueño,
habría sido un rotundo fracaso. Si los integrantes del Consejo de Medio
Sabios se habían visto obligados a borrarle la memoria, tal y como le advirtieron
que harían en caso necesario, no lo sabría nunca.