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Dos Autores - Textos breves

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Paco, el extraterrestre

Paco, el extraterrestre

Luis de la Fuente
Escrito el 7 de enero de 2024

Hacía frío, un frío como jamás había sentido en su planeta. Cuando la nave le dejó en lo alto del Puig Campana, a escasos nueve kilómetros de Benidorm, en pleno mes de agosto, se sintió desvalido. Fue un aterrizaje suave y sin complicaciones, al margen de miradas indiscretas gracias al escudo de invisibilidad, pero la chatarra espacial que rodeaba La Tierra a modo de estercolero complicó lo suyo el descenso, no fue como hace dos mil y pico años, cuando sus antecesores pilotaban la estrella de Jerusalén, que al final y por problemas técnicos tuvo que cambiar de nombre debido a una modificación de rumbo inesperada que la condujo hacia Belén, con todas las complicaciones logísticas que aquello conllevó en su momento. Entonces, al menos, no fue necesario sortear todo ese corolario de restos metálicos que los terráqueos habían diseminado por la termósfera y exósfera del planeta. El almirante se lo advirtió antes de salir de la NATT (Nave de Aproximación y Toma de Tierra):
—No puedes abrigarte así en un lugar donde la gente viste sólo en bañador. ¡Ya te estás quitando todo eso!
Cuando la nave se elevó y el calorcillo procedente de los motores de la misma se disipó, comenzó a tiritar. No debería haberse presentado voluntario para aquella arriesgada misión, no bajo unas condiciones tan extremas. Tan pronto como puso el pie en tierra, lo supo. Pero ya era tarde. Vestido con una camisa a cuadros, un pantalón corto sumergible que los terrestres denominaban bañador, unas chanclas de plástico que el equipo "avanzadilla" había adquirido en un comercio local y su unidad PYR (Pregunta y Respondo), se dispuso a bajar aquella montaña, comparativamente hablando, apenas un montículo en el lugar del que procedía, cuyas cumbres montañosas se elevaban decenas de miles de gorlas —unidad de medida que equivale aproximadamente a 150 centímetros— por encima del nivel del mar. No obstante, y dado que su preparación no había sido tan esmerada como debiera, decidió comprobar el funcionamiento y la fiabilidad de su unidad PYR, para lo cual apuntó con ella a un bicho oscuro de cuatro patas, cuerpo alargado y rabo largo que parecía estar observándolo desde una piedra sobre la que caía el sol a plomo, ese sol que no le calentaba lo más mínimo; tan pronto como dirigió la unidad al animalito, de entre doce y quince centímetros de longitud, salió corriendo ondeando el tronco a una velocidad endiablada, pero no tan rápido como para que la PYR no pudiese fotografiarlo y catalogarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó Paco.
—"Cocodrilo, cocodrilo" —respondió un par de veces la unidad sin vacilar.
Paco sonrío con satisfacción, asumiendo que con aquel aparato a su disposición, diseñado para ser confundido con un teléfono móvil terráqueo, podría llevar a cabo la misión encomendada sin dificultad. Además, su fisionomía era prácticamente indistinguible de la de los terrestres, y eso le daba cierta confianza: con una tez más oscura que ellos tal vez debido a la proximidad de Torrado, la estrella alrededor de la que giraba Piciaste, su planeta, pero en un lugar donde todo el mundo venía a ponerse moreno, este detalle carecería de importancia. Además, llevaba mucho tiempo aprendiendo las costumbres de La Tierra, aunque las españolas le resultaban tan difíciles de entender como el idioma inglés, que se le atragantaba como las pipas de Fazarpilla, una especie de sandía autóctona de la región donde vivía del tamaño de los kiwis terrestres. El Consejo de Medio Sabios le había escogido a él para la misión porque podría perfectamente hacerse pasar por un autóctono, y eso, al margen de otras consideraciones, era de extremada importancia para el desempeño de aquella aventura que marcaría un antes y un después en la carrera por poner en contacto a ambas civilizaciones, la de su planeta y la terrestre, de poder confirmar que ésta última contaba con la inteligencia mínima suficiente. Sin embargo, a medida que descendía la montaña su preocupación iba en aumento, como si todo lo aprendido no tuviera entidad alguna ante lo que se le avecinaba. Según dejaba la cima atrás y descendía por el sendero, observó lo que podía ser un aparcamiento de vehículos, un bazar en el que se vendían tiendas de campaña o ambas cosas a la vez. Como debía indicar algo en su informe, optó por apuntar la PYR hacia aquel lugar, fuese lo que fuese, y esperar a ver qué decía el cachivache. La respuesta no le convenció mucho: "caravana, caravana". ¿Cómo que caravana? Paco movió la unidad hacia la derecha y efectuó una segunda lectura. En esta ocasión la respuesta de la PYR fue "tienda de campaña familiar, tienda de campaña familiar". ¡Pues sí que su misión empezaba bien! Paco, que no podía permitirse el lujo de quedar mal ante el Consejo, retrocedió hasta conseguir que aquel lugar llenara todo el encuadre de la PYR y tomó otra lectura. "Mercadillo, mercadillo", respondió en esta ocasión la unidad. Confundido ante las respuestas incoherentes de la PYR y cuestionándose cuál de ellas indicar en su informe, se vio repentinamente sorprendido ante la presencia de un local que se había apostado a su lado.
—¿Le gusta el camping? —interrogó afablemente el terrestre a Paco.
Paco se volvió hacia el sujeto con los ojos abiertos como platos y sonrisa de oreja a oreja. Por más que lo intentaba no recordaba qué era un camping, pero tenía que sonreír, sonreír siempre, eso era al menos lo que sus instructores le habían advertido: "Sonríe, no muestres acritud, no respondas lo que no sabes, mira que los terráqueos son una especie inferior, y los españoles aún están por catalogar". El terrestre, un sujeto de mediana edad y mediana estatura que vestía camisa a rayas y pantalones vaqueros, le observaba con aire divertido.
—Me ha quedado una parcela libre muy apañada. Se lo digo por si estuviera buscando un camping. ¿Es Usted del sur?
Si no era capaz de responder una pregunta como para responder dos. ¿Del sur? ¿Del sur de qué? Y, además, ¿cómo podría responder si quería o no una parcela si no tenía ni idea de qué era eso?
—No —respondió finalmente Paco con un escueto monosílabo sin dejar de sonreír mientras se guardaba a toda prisa la unidad PYR en el bolsillo izquierdo de su bañador.
—¿No necesita una parcela o no es Usted del sur?
De haberle permitido el Consejo venir armado, ya hubiera desmaterializado a aquel entrometido.
—No parcela, no sur —contestó Paco escuetamente, incapaz de pronunciar una frase gramaticalmente mejor formulada.
—Si le he molestado, discúlpeme, he creído que buscaba un camping donde pasar una temporada.
—No parcela, no sur —repitió Paco dos o tres veces más a medida que se alejaba a toda prisa de aquel sujeto y continuaba su descenso por el estrecho sendero que, si no estaba equivocado, acabaría conduciéndolo a Benidorm.
Su primer encuentro con un terrestre de carne y hueso no sólo había resultado decepcionante, sino que ponía de manifiesto que su preparación había sido totalmente insuficiente, a no ser que el Consejo le hubiera seleccionado a él entre decenas de candidatos para hacerle pasar por un completo oligofrénico sin ningún entrenamiento adicional, pero esto no lo podría asegurar. Paco, que caminaba ligero tanto para entrar en calor como para evitar que ningún otro espécimen terrestre con el que pudiera cruzarse se le aproximara tratando de hacerse rico a su costa, repasaba mentalmente el objetivo primordial de la misión: constatar si, más allá de comportamientos biológicos regidos aparentemente por las leyes no exentas de cierta racionalidad, había vida realmente inteligente en la Tierra, y especialmente en España. Era cierto que los habitantes de Piciaste guardaban un gran parecido físico con los terráqueos, pero sus comportamientos y costumbres distaban mucho de poder ser comparables, tanto que resultaba a veces imposible asimilar las diferencias y plantear hipótesis que pudieran mínimamente sustentarse. Las procesiones de esa época del año que los españoles denominan "Semana Santa", por ejemplo, ya habían sido tratadas de investigar por otro equipo entrenado específicamente para ello que aterrizó en el parque de María Luisa de Sevilla en el año dos mil veinte. "Ozú", que así se llamaba el equipo que incursionó en aquel territorio, abandonó el estudio al no encontrar a nadie debido a un extraño virus terrestre que, según los resultados del informe y pese a la incongruencia de los mismos, había sido creado y diseminado al parecer por los propios terráqueos. El equipo que un año antes fue a estudiar los Sanfermines regresó a la nave nodriza totalmente ebrio y sin tener muy claro si eran los hombres los que corrían delante de los toros o viceversa y cuál de las dos especies era más digna de lástima. Los que trataron de estudiar Las Fallas regresaron sordos, quemados y totalmente perplejos, no tanto por el estruendo provocado por el material pirotécnico y el fuego, como por el hecho de que los locales destruyeran bajo las llamas lo que les había supuesto tanto esfuerzo diseñar y erigir, y los integrantes de la misión "Tomatina" no entendían que existiese una organización llamada Cruz Roja repartiendo bolsas con alimentos entre los necesitados, con el esfuerzo que eso suponía, mientras los que gestionaban las entregas se reunían posteriormente en una plaza abarrotada para arrojarse tomates perfectamente comestibles mutuamente a la cara. Si ninguno de esos equipos, que estaban infinitamente más preparados que él, pudieron llegar a comprender qué motivaba a actuar de formas tan absurdas a estas formas de vida primitivas, cómo podría hacerlo él, más aún habiendo sido destinado a Benidorm, un lugar al que sólo un desesperado habitante de Piciaste podría acudir por deseo propio por mucho que posteriormente fuese aclamado como héroe planetario. Las mejores misiones, como el estudio de intercambio de fluidos en las playas de una lugar denominado California, o el que pretendía recorrer todos los garitos de la ruta 66, o "The Main Street of America", para averiguar qué demonios bebían los que se aventuraban a recorrer sus casi cuatro ml kilómetros, siempre eran encargados a los que contaban con algún amigo o familiar en el Consejo de Medio Sabios. De repente, pegó un brinco y se despertó abruptamente.
—¡Qué demonios! —masculló de camino al cuarto de baño mientras trataba de catapultar con el dedo índice de la mano derecha un moco que acababa de extraer de su nariz.
Se escuchó una voz ronca que pronunció la palabra "asqueroso" dos veces seguidas. Paco abrió la puerta del cuarto de baño a toda prisa y se asomó receloso hacia el dormitorio. No era la unidad PYR con la que había estado soñando aquella noche, sino una mujer con obesidad mórbida, bien entrada en la sesentena, que trataba de incorporarse de la misma cama que nuestro héroe intergaláctico había abandonado apenas unos momentos antes. En ese instante tuvo la certeza de que, de ser la misión algo más que un sueño, habría sido un rotundo fracaso. Si los integrantes del Consejo de Medio Sabios se habían visto obligados a borrarle la memoria, tal y como le advirtieron que harían en caso necesario, no lo sabría nunca.

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