La
joven mujer se aproximó hacia el diminuto balcón en el
que se encontraba asomado, clavó sus ojos verde azulados
en él y, tras situarse a su lado, se puso de puntillas
besándolo delicadamente en la mejilla. Tantas veces había
admirado a distancia la belleza de aquella delicada criatura
de ojos celestes que por un instante se sintió abrumado
e inerme. Entre olor a rosas y jazmines se abrazaron y
la atracción rompió la incertidumbre.
Se amaron de formas extrañas y apasionadas, como sólo
pueden amarse los amantes torpes que se aman por vez primera.
Aquella tarde grabada a fuego en su memoria, al acecho
de lo oscuro, celoso enamorado que arrebataría la vida
de su belleza dorada de azul turquesa al caer la tarde
en una ignota carretera polvorienta, sería la última en
la que la levedad de sus existencias convergiría. Aroma
en la brisa; polvo en la memoria. |