Los vecinos no cabían en sí de su enojo, una emoción muy comprensible en aquellos momentos. Ser despertado a las cuatro de la madrugada no constituye una experiencia idílica, sobre todo si tan abrupta vigilia obedece a la escandalosa radio de un coche aparcado con las puertas abiertas. El dial del volumen debía de estar al máximo, y las dos parejas apeadas del vehículo aprovechaban el estruendo para improvisar un desgarbado baile en la plaza hasta entonces silenciosa. En esto, un tomate arrojado desde una ventana se estrelló inofensivamente cerca de la chapucera coreografía. "¡Si no os largáis os tiraré la piña!", aseguró una voz colérica desde la vivienda. Pero su advertencia cayó en saco roto, y una pera rebotó junto al automóvil. "¡Os tiraré la piña!", insistió el airado inquilino, sin que su amenaza surtiera efecto alguno, ya que incluso los desafiantes juerguistas le dedicaron un gesto insultante. "¡Vosotros lo habéis querido, ahí va la piña!". Unos segundos después, un objeto lanzado desde la ventana del gruñón dio en el pavimento y rodó hasta quedar bajo el depósito del coche. Los insolentes noctámbulos no captaron el tono metálico del proyectil. Pero un instante después la algarabía se extinguió cuando la explosión de aquella granada tipo piña originó la súbita deflagración del combustible y redujo a chatarra quemada la fuente del estrépito y el turismo que la contenía.