El vetusto ascensor se detuvo en el segundo y entró aquel ángel de cabellos dorados que esperaba en el rellano. Se miraron complacientes. Ella esbozó una sonrisa y se disculpó torpemente por haber llamado al ascensor con él en su interior. Podrían haberse besado en ese instante, pero además de poco decoroso, el ascensor parecía tener prisa en llegar al bajo. Se despidieron cortésmente. Ella se adelantó y, con la espontaneidad de quien aún no ha cumplido veinte años, se volvió hacia él mirándolo abiertamente con sus preciosos ojos esmeraldas mientras una melodía de amor se dejaba escuchar en el corazón de ambos desde su primer cruce de miradas.